Relato #01 / ESPECTÁCULO EN LA PLAYA


Un día mi amigo de la niñez y yo, en un arrebato por querer salir de la rutina, saliendo de la oficina nos fuimos a una playa nudista, eran como las 6 de la tarde y la costa estaba muy sola. Pero detrás de los camastros que habíamos ocupado estaban sentados unos compas echándose unas cervezas. De reojo me fijé de que eran morros muy jóvenes y estaban tan inmersos en su charla que ni nos voltearon a ver ni nada. Estaban en shorts, cada uno con su botella de Corona y otras cuantas en una hielera.

En esa playa nudista no eran tan estrictos con lo de la ropa, pero de repente veo que mi amigo mira su reloj de mano.

—Es normal que casi no haya gente, ya se va hacer de noche en un ratito —me dijo mientras me miraba fijamente a los ojos. Yo solo asentí con la cabeza mientras permanecía sentado en el camastro, pero de buenas a primeras veo que Miguel se puso de pie— chingue su madre, siempre hay una primera vez.

Entonces se empezó a desvestir, se quitó el saco de godin negro y lo puso en el respaldo del camastro con toda la calma del mundo, como si nada. Pero yo me empecé a sacar un poco de onda, porque Miguel era ese wey que hacía las cosas de último momento y te la dejaba ir así, sin avisar. Un parpadeo después, ya estaba descamisado frente a mi, sus pezones eran rositas y más que pezones, eran como manchitas de color crema en sus pectorales. 

No lo voy a negar, si me paniquié y se me había formado un nudo horrible en la garganta, recordé que la última vez que me había sentido así, al lado de Miguel, era cuando nos empedamos la primera vez, me tocó bañarlo y esa vez le toque la verga pero el nudo en la garganta y el sentimiento de culpa me habían impedido hacer algo más, en ese entonces yo tenía 17 años pero ahora estaba en mis veintes y Miguel ya en sus treintas. Los recuerdos me hicieron sentirme cohibido. Miguel me empezó a desabrochar mi camisa mientras me miraba:

—Tranquilízate, quita esa cara de pendejo, esto no es nada del otro mundo y además creo que es tu primera vez también, así que estamos juntos en esto. —me dijo mientras me quitaba la camisa y jugaba con mis pezones a manera de broma, pero luego hubo un silencio incómodo porque sabíamos que ahora tocaba quitarse los pantalones.

De repente, sin pensarlo mucho, Miguel se quitó los pantalones y no pude evitar mirar su pene dormido. El notó mi impresión y me aventó su bóxer en mi cara.

—¡La puta madre, pinche werco! —le grité mientras le devolvía su bóxer— huele al puro marisco podrido a la verga. —Miguel se mataba de la risa y no pude evitar reírme también.

De repente escuchamos que los compas de atrás se reían, pero al voltear me pareció que se estaban riendo entre ellos y no de nosotros.

—Dale, quítate el pantalón, o quieres que te lo quite también —me dijo Miguel mientras se sentaba en su camastro con las piernas abiertas, dejando su pene y su cuerpo totalmente expuesto ante mí— se siente bien chido estar en bolas.

Yo me dispuse a quitarme los pantalones cuando me di cuenta de que estaba empalmado. Miguel me miró fijamente y yo le dije la neta: —Wey, me lo voy a quitar pero no vayas a empezar con tus mamadas. —Y acto seguido me desvestí hasta quedar en bolas y mi pene soltando baba.

—Es normal mi amor —me dijo mientras se carcajeaba —mira la mía también, y hasta se mueve solito— y el pene de Miguel, estaba muy firme y no dejaba de palpitar, chocaba entre aquellas piernas grandotas.


—Chinga tu madre —le dije con la voz quebrada. Yo sé que solo buscaba que yo no me sintiera tan ridículo, pero eso solo empeoró mi erección y tuve que sentarme en mi camastro con las rodillas flexionadas para disimular un poco.

Después de un rato mirando el mar y hablando sobre el clima mi amigo me pidió agua, le pasé mi botella y bebió, pero luego me di cuenta de que se había echado agua en el pene y se empezaba a masajear la verga. Yo miré hacia atrás, para ver si los compás seguían ahí y me di cuenta que se les había unido uno más, un señor mucho mayor.

Mi amigo me tranquilizó y me dijo que no pasa nada, tomó mi botella y pasó la boquilla por la punta de su pene manchandolo de líquido preseminal, luego me lo ofreció y me dijo que no tengo que tomarla si no quiero. Pero yo agarré y bebí, pero luego no sabía qué más hacer, ya había tenido sueños húmedos con mi amigo desde cuando entramos a la secu, pero no se había dado nada. Y por respeto, había enterrado esos deseos lujuriosos de coger con él, pero esa vez se estaba dando la situación que creía que se había quedado en sueños húmedos de mi pubertad.

Me quedé estático como pendejo hasta que él me dijo: —¿Quieres más?. Yo le sonreí con nerviosismo y Miguel tomó la botella, se embarró más líquido preseminal pero esta vez fue él quien puso la boquilla de la botella en mi boca e hizo como que me cogía la boca. Luego se inclinó hacia mí y respiró por mi cuello, pude sentir su aliento caliente, mientras se escuchaba que los compas de atrás estaban murmurando, Miguel besó mi cuello y me preguntó: 

—¿Si me la chupas? O te freseas.

Yo me mordí el labio pero le dije que sí quería. Entonces agarró mi mano y la llevó a su pene duro.

—Nos van a ver.

—No creo —Me contestó con una voz ronca pero melosa—, seguro ya deben de estar bien pedos, además ya está anocheciendo y ya casi se van. 

Luego me agarró por la nuca y me inclinó hacia abajo, hasta que pude respirar sobre su verga.

Su verga olía bastante fuerte después de un largo día de trabajo en la oficina, eso me excitó más. No me lo pensé y comencé a chupar esa verga mientras yo me jalaba la verga, mientras disfrutaba de aquel manjar, Miguel comenzó a gemir pero muy bajito y me pidió que yo abriera más la boca, como para que yo no le lastimara con los dientes. Sentí que me estaba calentando mucho y levantaba su verga para chupar sus bolas y succionarlas. Estaban muy juntas, casi que compartiendo un mismo saco. Así que, sumado a la posición inclinada en la que yo estaba, se me hizo muy complicado succionar. Pero por más que lo intentaba las bolas escapan de mi boca, resbalaban por culpa de mi saliva y porque no las tenía tan colgadas, empecé a desesperarme porque quería complacerlo, quería sus dos bolas en mi boca, así que usé mi mano para llevarlos a mi boca pero él me detuvo y me dijo: 

—Tranquilo, que no se van a acabar. —Solo entonces me di cuenta de que yo estaba gimiendo muy fuerte. Miguel me besó y siguió hablando— Ven, me toca consentirte. 

Me pidió que me pusiera de pie y cuando lo hice vi que los tres tipos estaban mirándonos y me asusté.

—Se nos quedaron viendo, Miguel.

—Déjalos, desde hace rato que nos están morboseando, pero no creo que hagan nada. —Miguel me extendió su mano— Ven chiquito, siéntate en mis piernas. Miguel sacó lubricante de su saco.

—¿Ya lo habías planeado todo? le pregunté casi sin pensar.

—Desde la secu me gustabas un buen, pero ya vez que me creía que era hetero, pero no puedo más, me gustas mucho y quería que lo supieras.— Me dijo mientras sus dedos lubricados acariciaban mis nalgas y se abrían camino por mi ano. Me sentí de repente tan realizado, un sueño húmedo cumplido, y mientras sus dedos jugueteaban mi esfínter le planté un beso en aquellos labios que siempre quise comerme. Luego comenzó un mete y saca con los dedos mientras que al mismo tiempo me chupaba los pezones. Yo le acariciaba el pelo endurecido por el gel que usaba para peinarse hacia atrás. Me di cuenta que los tipos estaban tocando sus paquetes mientras tomaban cerveza y sonreían cuando yo gemía.

—¿Están babeando los wercos esos, verdad? —me preguntó Miguel. No esperó a que yo le contestara— Pues que bueno, eso quiere decir que lo estamos haciendo de puta madre.

—¿Y qué hacemos? —Le pregunté.

—Tú sígueme la corriente —Yo obedecí y arqueé la espalda cuando Miguel me mordió los pezones dejándolos al rojo vivo.

Al cabo de un rato me dijo que ya estaba listo para cogerme.

—¿Quieres que te coja? —Me preguntó.

—Lo que tú me pidas, Miguel.

—Solo que no va a ser tan fácil, primero tienes que ganártelo, demuéstrame que de verdad quieres que te lo entierre.

Esta vez, de rodillas frente a él, se lo chupé hasta sentir arcadas, esta vez él gimió muy alto. 

—Así pendejo, comete la verga que siempre me miras, pues ahora te la tragas toda. 

De vez en cuando me pedía que parara para besarnos y de paso le chupaba sus pezones y pequeños besos en aquella panza que se cargaba. 

—Ahorita quiero que te montes en la verga, soy todo tuyo, aprovecha lo que ya te ganaste.

El se puso un condón y yo me monté sobre él, mientras veía que los tipos de atrás ya tenían las vergas afuera y se las estaban jalando. 

—Esta es la fantasía que no me dejaba dormir, cogerte, hacerte mío —gemía  Miguel mientras yo casi que gritaba porque sentía el culo bien ardiente en cada sentada—, no sé porqué me hice pendejo tantos años, debería haberte cogido desde ese día de la borrachera, pero no quería aceptar que me gustaban los culitos apretaditos, así como el tuyo.

—¿Que no piensas compartir o que? —Miguel se detuvo al instante y yo me quedé pasmado. Era uno de los tipos y se estaba acercando con mucha cautela.

—¿Quieren ver un espectáculo? —dijo mientras me miraba a los ojos— pues vamos a darles lo que quieren ver, ¿jalas?

—Jalo.

Nos pusimos de pie y Miguel movió el camastro de tal manera que quedó de perfil ante los espectadores, que se pusieron de pie y murmuraban entre ellos, alguno incluso se acercó tanto que estaba a menos de 2 metros de nosotros. 

—Ahorita quiero que te pongas en cuatro, quiero cogerme a mi perrita, ¿quién es mi perrita?

—Yo soy tu perrita —le respondí mientras hacía lo que me pedía. 

Miguel me cogió sobre el camastro tan fuerte que yo le pedía que parara, que no la iba a aguantar pero él me daba ánimos: —Si tienes aguante, mi amor, ¿ves a esos pendejos de ahí que están viendo como te cojo? —me dijo mientras señalaba al morrito que estaba más cerca a nosotros—, demuéstrales que no eres cualquier pendejito puto, demuéstrales que nunca te van a merecer.

Aquellas palabras me excitaron tanto que empecé a moverme y a clavarme yo solito en la verga de Miguel.

—¿Se lo quieren coger, pendejos? — les gritó a los wercos mirones mientras me daba unas nalgadas que me hicieron gritar y clavarme con más violencia—, pues que sepan que este culito ya tiene dueño, y además, miren como se la clava solito. —Yo aproveché el protagonismo y gemí más fuerte y me aferraba al camastro para impulsarme hacia atrás y que la verga llegara hasta mis entrañas.

—Ni que fuera la última coca del desierto, no mames —se atrevió a decir unos de los tipos, el más morrito.

—¿Qué dijiste, pendejo? —le gritó Miguel mientras salía de mi— ¿Quieres que te rompa la madre, verdad?

Yo intenté calmarlo diciéndole que no valía la pena meterse en pedos por culpa de esos pendejos. Pero Miguel y el tipo se comenzaron a empujar, pensé que ya habíamos valido madres, hasta que los otros dos tipos los detuvieron y se llevaron al morrito conflictivo.

—Gracias bebé, por no dejarme solo —me dijo Miguel ya más relajado cuando comprobó que los weyes ya se habían alejado un buen—, ya casi me vengo, ¿cuál es tu posición favorita?

—Del misionero —le respondo un poco desanimado.

—Pero no te me achicopales —me dijo mientras me agarraba de la mano y me llevaba hasta el camastro—, acomódate, te voy a coger como a ti te gusta.

Me cogió del misionero mientras me besaba apasionadamente hasta que sacó su pene y se corrió sobre mi abdomen, casi al mismo tiempo yo también me corrí de placer y nos besamos un largo rato.

—Sé que todavía no puedo decir que te amo, porque sería una mamada —yo le miré a los ojos mientras él me acariciaba el pelo—,  pero lo que sí sé, es que esto es el comienzo de muchas cosas que tengo en mente.

Lo besé y le dije que yo estaba dispuesto a todo con él. 

Nos miramos largo rato hasta que Miguel me extendió la mano y me dijo: 

—Vente, vamos al mar para limpiarnos.

Yo me sentía tan feliz y realizado que en un arrebato de felicidad, agarré arena y se lo eché en la cara. Ambos salimos corriendo hacia el mar entre risas y burlas mientras el sol se ocultaba y las primeras estrellas aparecían en el cielo nocturno.


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