Relato #05 / LA HABITACIÓN DE NICO


Hola, no quiero revelar mi nombre. Pero quiero contar de cuando un pendejo me sacó la leche por primera vez.

Esto que voy a contar me pasó por pendejo. A mi siempre me gustó la escuela, era el matadito del salón y el pendejo que le pasaba la tarea a otros a cambio de que lo invitaran a las fiestas de los populares. Pues sí, de morrito, ese era yo. 

Un día, el bully del salón se me acercó y me pidió que le pasara la tarea a cambio de elegirme para su equipo de fútbol de la escuela, porque él sabía (y todo el salón) que siempre me quedaba sin equipo y era la burla de todos. Claro que acepté sin pensarlo. Este chico se llamaba Nicolás, Nico para los amigos. Y era el típico simio revoltoso que se sentaba hasta la última fila en el salón, que lanzaba bolas de papel con saliva en la nuca de los demás y que dibujaba penes en las sillas y libretas de los compañeros.

Nico estaba en los equipos de fútbol de la escuela, que competían contra otras escuelas para ganar trofeos de plástico. No era de los mejores jugadores pero sí el más tramposo. Sus amigotes lo elogiaban por eso y nadie decía nada porque traía trofeos de plástico para la escuela. 

Total, que llegó el día de selección de equipos, donde era obligatorio participar aunque luego te podían expulsar del equipo por torpe (como planeaba salirme yo, porque no me interesaba nada el fútbol). Nico cumplió su promesa y me eligió de primero, causando murmullos entre sus amigotes. Cuando terminamos el primer partido yo había quedado destrozado, me caí varias veces y mis lentes se habían quebrado, tremenda madriza que me iban a dar en mi casa. El caso es que yo solo esperaba a que mencionáran mi nombre para ser de los expulsados del equipo, pero eso nunca pasó. Causó polémica en el salón, pero como siempre, nadie dijo nada, ni preguntó nada.

Yo estaba preocupado porque no quería seguir estando en el equipo. De repente, recibí un Whatsapp de Nico que decía que necesitaba ayuda para una tarea y que me vería a la salida de la escuela, y que a cambio, me sacaría del equipo, porque ya sabía que yo quería salirme.

Al salir de la escuela lo vi recostado en el piso de la acera chingandose un Bolis, traía ropa de un equipo de fútbol (creo que la escuela lo permitía, o quién sabe, él siempre hacía lo que se le daba la gana). Cuando me acerqué, y sin decir nada, acercó su Bolis chupado a mi boca y yo reaccioné rechazandolo, Nico solo se río. Me dijo que iríamos a su casa, pero que primero me iba a acompañar a mi casa para avisar para que no me regañáran.

Cuando llegamos a su casa, su mamá estaba cocinando y Nico me presentó, le dijeron que cuando su papá llegara iban a comer. Pasamos a su cuarto y cerró la puerta. Tenía un pintarrón y me explicó cuál era la tarea que yo tenía que hacer para que por fin me sacara del equipo. Entendí toda la tarea a la primera. Se lo expliqué y se lo marqué en el pintarrón, y el muy vago me pidió que se lo apuntára todo en su libreta. Me senté y mientras escribía rápido, noté cómo se sentaba en su silla frente a mi, aún seguía con la misma ropa y abrió sus grandes piernas ante mi. Yo me puse muy nervioso. A pesar de ser un simio, el pendejo era lindo, siempre me gustó como llevaba el pelo y su cuerpo Atlético, pero además, aquellas piernotas enormes y trabajadas, piernas de futbolista. De reojo noté que tenía un bonito bulto. Me equivoqué con lo que estaba escribiendo y borronee todo con torpeza, empezaba a hacer calor en la habitación. 


—Tranquilo cuñao —me dijo mientras se me acercaba y acariciaba disimuladamente mi rodilla con sus dedos, tenía puesto un anillo y me acordé de repente: Nico tenía novia, ella le había regalado ese anillo— tenemos tiempo, no te va a pasar nada.

—No, está bien, solo me confundí y tuve que borrar todo.

—Wey ¿Porque siempre te metes en pedos?

Yo detuve mi escritura, levanté la mirada y lo descubrí con los ojos fijos en mí.

—¿Por qué, qué tiene?

—Cómo que ¿Qué tiene?

—Pues si, a ti que te importa —le respondí tajantemente, sentía las mejillas al rojo vivo, porque ya sabía lo que seguía, típica táctica de simio para molestar a los demás, primero con preguntas incómodas y luego los molestos apodos y burlas, pero yo no estaba dispuesto a que me agarrara como su pendejo—, además ya es muy tarde.

—¿Y qué? ¿A poco ya te quieres ir? Luego, luego te pones así.

—Así ¿Cómo?

—Pues así, mamonsito, ya me enteré que el Juan se burló de ti y hasta te obligó a besarlo.

Enseguida se me atoro un nudo en la garganta. Porqué me acordé de lo que me habían hecho Juan, un pendejo gordo y sudoroso, que había reprobado un chingo de veces hasta convertirse en el señor gordo que tomaba clases con los de prepa. Ese día alguien del salón le había gritado "tinaco con patas". Cuando se volvió, la agarró contra mi, aunque yo no había dicho nada, me aplastó con su cuerpo contra la pared, sentí su asqueroso aliento a coca-cola cuando chupó mis labios, yo cerré la boca con fuerza pero no pude evitar sentir su saliva. Ese día me traumó de verdad, falté a clases como por tres días.

—Yo no lo besé, y además ni le había dicho nada —le dije, y me sentí muy avergonzado de que se me quebrara la voz. No podía llorar frente a nadie, mucho menos frente a un simio como Nico.

—¿Neta?

Cuando le ví la cara de asombrado que tenía ya no pude más. Mis putas lágrimas empezaron a nublar mi vista. Odiaba que la gente se me quedara mirando así cuando se enteraban que medio mundo me traía de su pendejo, y que solo se limitarán a decir: no te dejes, devuelveles otro. Cómo si fuera tan fácil para un morrito de 16 años, cara de niño, flaco y bajito.  

Yo me levanté de la silla, comencé a meter mis cosas en mi mochila mientras intentaba ignorar sus palabras: no te vayas, no quería incomodarte, no hemos terminado la tarea, por favor no me dejes así, pensé que querías salir del equipo, y un largo etcétera. A mi me valía verga todo, lo único que quería era salir de ahí e irme a llorar a mi casa. Pero cuando vio que de plano me iba a salir por la puerta, el morro se interpuso y extendió los brazos para que yo no pudiera pasar.

—Nico, por favor tengo que irme —le dije con la poca voz que me quedaba antes de soltar en llanto—, además, no quiero hablar de lo que pasó con Juan.

—Wey, perdóname —me dijo mientras me agarraba de los hombros, sentí la presión de su agarre—, de verdad. Yo solo quería saber si era verdad. Mañana le voy a partir su madre al pendejo.

—¿Y qué vas a querer a cambio —le repliqué con sarcasmo—, que te haga la tarea todo el año?

—Sabes que no se trata de eso.

—Entonces deja que yo me vaya, ya me tengo que ir.

—Es que, no me gusta que te traten así —me miraba con lástima—, no me gusta verte así.

No sé porqué en ese momento sentí que me hervía la sangre, ya no quería llorar, solo quería que todo se fuera a la chingada, a la verga todo, la escuela, las tareas, el pendejo de Juan, todo. 

—¡Quítate pendejo! Ya me voy ¿no entiendes?  —le amenacé mientras intentaba hacerme un hueco entre su cuerpo y la puerta para alcanzar el pomo, pero Nico era un poco más alto que yo, más fuerte, sentí el calor de su cuerpo, la fuerza de sus brazos cuando me agarraba de la cintura, y aunque trataba de evitarlo, también sentí su aliento en mi cara, cada vez que me pedía que no me fuera, aliento tibio con olor a bolis.

—Me gustas, wey —me soltó sin más.

Lo miré rápido a los ojos, tenía una media sonrisa.

—Chinga tu madre —le dije, porque yo sabía que estaba burlándose. Eso de jotear entre pendejos era muy normal, pero a mi me gustaba Nico de verdad. Además, estaba seguro que solo quería burlarse por lo de Juan, porque que todos habían empezado a llamarme "Joto".

Y lo que pasó a continuación todavía me resulta muy incómodo de contar. Son ese tipo de cosas que luego, de adulto, uno se pregunta por qué las hizo. Solo hay dos tipos de reacción: o te da pena ajena o te parece tierno, no hay intermedios. Yo tenía 16 años y Nico tenía 17, casi 18. Hasta ese día, yo todavía me sentía un niño, jugaba con mis primos en las calles cuando llovía, en calzones y saltando dentro de los charcos, no me daba pena la desnudez. Pero todo cambió desde aquel día, en el cuarto de Nico.

Él extendió los brazos con torpeza, y me abrazó. No sé porqué yo lo dejé, me quedé quieto. Sentí que respiraba sobre mi cuello, sus manos acariciando mi espalda. Nos quedamos así por unos segundos y luego comenzó a moverse. Recuerdo que esa vez, mi única referencia, eran los movimientos que hacían los perros cuando cogían. Nico empezó a gemir un poco, y sentí por primera vez su erección. No sabía muy bien lo que estaba pasando, pero me gustaba, nuestras vergas paradas se apretujaban, se sentía muy bien.

De repente Nico se detuvo, me pidió que me acostara en su cama. Yo obedecía. Me acosté en su cama, podía escuchar los fuertes latidos de mi corazón, como si lo tuviera dentro del cerebro. Me puse boca arriba y lo mire. Nico estaba de pie, como pensando, tampoco sabía qué más hacer. Se volvió hacia la puerta y le puso seguro. Todavía puedo escuchar ese "click" del seguro de la puerta, ese sentimiento de sentirse encerrado, de que ya no había salida, no había vuelta atrás. Lo recuerdo y se me sube la adrenalina.

Nico se quitó la camiseta, mientras levantaba los brazos hacia arriba para sacarse la ropa, me quedé sorprendido al ver que tenía arto pelo en las axilas, porque yo todavía no tenía nada, estaba lampiño por todo el cuerpo. Gracias a Nico, todavía hoy disfruto de ese instante, cuando un hombre se quita la camiseta así, por arriba, y por segundos apreciar sus axilas.

Me pidió que yo también me quitara la playera, y yo lo hice sin pensarlo, yo creo que no sentí vergüenza ni nada porque no sabía lo que iba a pasar, para mi era muy normal estar desnudo frente a mis primos y no había nada de morbo. Enseguida se formó una sonrisa en los labios de Nico. Se acercó a los pies de la cama y empezó a tocarme las piernas. Las separaba y las volvía a juntar, mientras me miraba la verga que la tenía bien parada dentro del pantalón. Acto seguido, me desabrochó el pantalón, y lo jaló con fuerza hasta que me quedé totalmente desnudo ante él. Sentí el cambio de temperatura por todo mi cuerpo, el frío tacto de las sábanas de su cama, la brisa del aire acondicionado de su cuarto y mis pezones haciendo reacción y parándose al instante. Recuerdo que fue precisamente en ese momento en el que algo cambió en mí, instintivamente usé mis manos para cubrir mis pezones, por alguna razón, sentía que Nico no era mi primo, y al ver la forma en la que me miraba la verga, descubrí lo que era que te miraran con morbo, como si fueras un delicioso pedazo de carne asada.

Nico se quitó el resto de su ropa  y su verga se liberó con fuerza. Me sorprendió el tamaño de su verga, estaba curvada hacia un lado, circuncidado y mucho bello púbico. Se abalanzó sobre mi cuerpo con torpeza, incluso golpeó mis huevos con su rodilla y ambos empezamos a reír con nerviosismo. Quedamos cara a cara, sentía el peso de su cuerpo sobre mi, por un momento me recordó el sentimiento del cuerpo de Juan, pero esta vez era diferente, porque el cuerpo de Nico se sentía calientito, no grasoso, y además olía a desodorante y no a sudor. Sentía el roce de nuestras vergas, ambas palpitando con ritmo, ambas soltando baba. 

—Quita tus manos —me dijo, intentando apartar mis manos que me cubrían los pezones.

Cuando quité las manos ni siquiera sabía dónde ponerlas. Así que las dejé caer sobre la cama, como muerto estaba yo mientras me dejaba hacer. Nico comenzó a moverse de nuevo como los perros. Nuestras vergas se rozaron aún más. Su aliento entrecortado cada vez que se movía. Él procuraba hacer que nuestros pezones erectos se tocaran. Después detuvo su movimiento y empezó a apretarme el pecho con las manos, como si fueran las tetas de una morra, y procedió a pasar su lengua y chupar toda esa zona. Ahí sí usé las manos, para ponerlos sobre su nuca y presionar para que siguiera chupando, sentía que le estaba dando de amamantar y eso me prendió. Él chupaba y mordía, a veces dolía pero yo le presionaba aún más fuerte, enterraba mis dedos por su cabello, y salían mojados de sudor. Empezamos a gemir como locos. Nico se obsesionó un poco, pasaron como 1o minutos y seguía chupando. Me asusté porque vi que tenía muy rojos mis pezones, sobresaltados, pensé que se iban a quedar así para siempre e intenté apartar su cuerpo del mío, usando mis brazos como barrera. Nico me sometió fácilmente, me agarró de ambos brazos y los presiono contra la cabecera de la cama, quedamos cara a cara de nuevo. 

Ambos estábamos sudando, al tener los brazos extendidos pude ver de cerca su axila peluda, su olor. Yo aún despedía un aroma dulzón, pero Nico olía muy fuerte. Otra vez en mi mente surgió la comparativa con Juan, pero de nuevo, sentía que era diferente. Yo quería oler las axilas de Nico, enterrar mi cara y rozar mi nariz contra sus pelos negros y mojados de sudor. Use mi lengua para lamer las gotas de sudor que caían de su frente hasta mi cara, sobre la comisura de mis labios. Y ahí fue cuando Nico se atrevió a besarme. Rodeó mi cara con las palmas de sus manos, sentí el calor y el roce de su piel, vi de primera mano cómo se acercaba su cara contra la mía, primero sentí su respiración, el roce de su nariz, y después fueron sus labios intentando abrirse paso entre los míos. El sabor de su sudor se mezcló con el sabor ácido de su saliva. Era la primera vez que besaba a otra persona, así que imagínense lo torpe que fue. Me comió la boca por unos segundos hasta que abrí los ojos y lo miré fijamente, estaba muy agitado, sentía que el aire de la habitación se estaba agotando.

Me pidió que pronunciara su nombre, yo lo complací mientras se movía de nuevo sobre mi cuerpo. Nuestro sudor facilitaba que todo resbalara. Yo cerré los ojos, mientras recitaba el nombre de Nico una y otra vez. Solo podía escuchar sus gemidos, su respiración sobre mi cuello, el típico sonido de piel con piel chocando en sudor. Hasta que un espasmo se apoderó del cuerpo de Nico, enseguida sentí la embestida de su verga contra mis huevos que me hizo reaccionar del dolor, cuando se incorporó pude notar su semen sobre mi abdomen, su verga aún palpitaba y escupía leche calentita. Nico estaba sonriendo, estaba inclinado sobre mí, mientras sacudía la verga salpicando mi cara. Verlo así, encuerado, lleno de sudor y soltando leche me prendió mucho. Mi verga empezó a latir. Nico usó su semen para cubrir mi verga y empezó a masturbarme. Mientras me pedía que dijera su nombre. Yo obedecía mientras me arqueaba de placer porque sentía una corriente eléctrica por todo mi cuerpo, pero también sentía dolor porque no me había masturbado nunca hasta ese día. La presión de las manos de Nico era deliciosa, con una mano recorría todo mi tronco y con la otra apretaba el glande. Él me sonreía mientras yo gemía su nombre una y otra y otra vez. Hasta que ya no pude más y me corrí. Sentí que me estaba quemando la verga, fue doloroso cuando salió mi leche por primera vez, no era espeso, era líquido y podría decir que incluso me oriné un poco. Nico y yo nos miramos por un rato. Hasta que volvimos a sentir el frío del aire acondicionado y nuestro sudor comenzó a secarse en nuestros cuerpos. Mi corazón dejó de latir como loco y la vergüenza de estar desnudo en casa ajena me aplastó la conciencia. Al no saber que hacer, me levanté y me vestí. Agarré mis cosas y me fui mientras Nico ni me miraba, estaba sentado y desnudo,  jugueteando con el anillo que tenía en el dedo.

Al siguiente día en la escuela no hablamos, pero me expulsaron del equipo tiempo después. A los pocos días Jose se enfermó y faltó a clases varios días y cuando regresó nunca más volvió a acercarse a mí. Aprendí a jalarme la verga pensando en esa vez en el cuarto de Nico. Nunca olvidaré esa primera vez. El sonido del seguro de la puerta. Y del primer beso de un bato. El día que perdí la inocencia, fue también la primera vez que me enculé del pendejo equivocado.


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